Cary se agazapó tras algunos barriles vacíos, vigilando
desde una hendidura que había entre ellos a su Padre, quien hablaba con el
señor Lorenzo. Lanzó una rápida mirada más allá de él, hacía la gran reja
oxidada a la que tenía que llegar sin que se dieran cuenta.
-
¡Esperemos que no me hagan abuelo muy pronto! –Bromeo
su padre, riendo. A Cary se le subieron las comisuras de los labios, era bueno
verlo feliz después de tanto tiempo. Al fin feliz, había costado lograrlo, pero
allí lo tenía: Divirtiéndose con Lorenzo, el herrero—La boda será en Junio, van
a casarse en el cumpleaños de Lorelei.
Al padre de Cary le brillaron los ojos, y decidió invitar a
Lorenzo a tomar una copa dentro de la casa. Ambos se encaminaron a la entrada
principal, pasando justo al lado de los barriles, demasiado envueltos en su
entretenida charla como para notar a Cary, escondida tras de ellos.
-
Te amo, padre—Susurro Cary, segundos antes de
perderlo completamente de vista—
En cuanto se hubieron alejado, Cary se levantó, limpiándose el
polvo del pantalón, y sin perder más tiempo echó a correr hacía la reja. Como
siempre, estaba cerrada con candado, pero ella nunca la había traspasado de esa
forma. Se encaramó sobre las verjas de metal, y con la agilidad de un mono
llegó hasta arriba y saltó al otro lado, apoyando una mano en el suelo al caer.
A paso rápido se encaminó por el camino de piedra, y aguzo
tanto su oído como su vista para lograr advertir si alguien se acercaban. Todos allí sabían acerca del castigo de su
padre, y le avisarían inmediatamente si la veían afuera.
Sin embargo, ese día la mayoría estaba en dos sitios: O
celebrando en la casa de Cary el compromiso de Janeth, su hermana, o en la
iglesia asistiendo a la misa en honor a Domingo Sabio, el Santo al que
encomendaban el pueblo.
Los primeros eran un problema, puesto que era solo cuestión
de tiempo para que repararan en la ausencia de Cary, por eso debía darse prisa,
pero era un camino largo, y mientras caminaba se dispuso a mirar hacia el
cielo, sin saber muy bien como debía sentirse.
-
¿Por qué nos hacen esto? –Preguntó ella cuando
un suave viento le acarició el rostro, respiró hondo y negó con la cabeza—No lo
entiendo, pero siento que es injusto.
Al llegar a los terrenos de la iglesia, Cary decidió
rodearla y así evitar pasar por enfrente de la entrada, dónde seguro la
verían. Sus pies avanzaron por sobre
tierra santa, y ella se hizo la cruz en señal de respeto, mientras les dedicaba
un padre nuestro a aquellas tumbas que sin querer pisó al caminar. Los ojos de
Cary se aguaron un poco, pero los secó con su manga, forzándose a ser fuerte.
Aquello terminaría pronto, y ya tuvo tiempo de más para llorar por lo que
tendría que pasar. Al salir de los terrenos de la iglesia, lanzó una última
mirada hacía las tumbas que dejaba atrás, y volvió a quejarse mentalmente de lo
injusta que estaba siendo su vida.
Siguió caminando, ahora a pasos más largos, saber que estaba
cerca la impulsaba a darse prisa, no fuera a ser que su padre apareciera de
pronto y todos sus planes se vieran frustrados. Cary la verdad no creía que
pudiera reunir el valor para hacer aquello otro día. O lo hacía hoy, o no lo
haría nunca.
Ahora, al final de la calle de piedra, podía observar su
pueblo. Las casitas apretujadas unas contra otras, con flores de diversos
colores en las ventanas, relucían bajo la luz del mediodía. Ya podía empezar a
escuchar la voz de algunos niños jugando dentro de ellas. Cary suspiro, y en vez
de seguir caminando hacía el pueblo, se desvió hacia la derecha, internándose en
el bosque.
Gracias al cielo desde pequeña aprendió a andar con el
cabello amarrado en una clineja, eso evitaba que se le enredase entre cuanta
maleza se encontrara, y vaya que en ese bosque había mucha. Sus manos sufrieron
algunos rasguños, por las ramas espinosas que tuvo que apartar, pero no era
nada grave. El bosque guardaba muchas sombras, aún en pleno mediodía, lo que le
daba un aspecto amenazante.
Pero en esos momentos difícilmente podría asustar a Cary.
Cuando el camino
empezó a despejarse un poco, a Cary la recorrió un escalofrío; Había llegado.
Levantó la mirada, y sus ojos recorrieron la cabaña que se ocultaba entre los
árboles. Era una cabaña circula, maltratada por la humedad, que si no fuera por
el mantenimiento que Misael empezó a hacerle ya estaría en ruinas.
La muchacha se dio prisa, llego a la puerta y la abrió de un
empujón. Un rechinido resonó en aquella pequeña habitación, Cary cerró la
puerta detrás de sí y fue a sentarse en uno de los rincones, pegada a la pared.
Dentro no había nada, ni sillas, ni mesas, ni luz. Salvo algunos ladrillos,
tierra, telarañas y herramientas de construcción esparcidas por aquí y por
allá, la cabaña estaba completamente vacía. Y, a falta de ventanas, se sumía en
la completa obscuridad. Cosa que a Cary
no le importó, sino más bien le relajó; Le daba tranquilidad, permitiéndole pensar
con claridad.
-
Esto se siente como una locura—La voz le fallo,
pero retuvo los sollozos en la garganta. No podía romper a llorar, no le
serviría de nada puesto que no iba a echarse para atrás—Él se alegra por el
compromiso de Janeth, pero no nos deja estar juntos a nosotros. ¿Por qué? –Golpeó
el suelo con uno de sus puños, y entonces la puerta se abrió, inundando con algo de luz la habitación. Pero
solo fueron unos segundos, puesto que Misael rápidamente volvió a cerrarla—Misael.
—Cary se levantó y corrió hasta él, envolviéndolo en sus brazos y estampando su
boca en la suya. Él correspondió al beso, abrazándola contra sí con uno de sus
brazos—
Cuando se separaron, Cary notó que él llevaba algo en una de
sus manos. Extendió su mano hasta el
objeto, largo y frío, y un temblor la recorrió de pies a cabezas. Aquello era
demasiado real para ella. Tenerlo en frente la hacía cuestionarse su fuerza de
voluntad, ¿Sería capaz de hacerlo?
Misael notó su miedo, y con su mano libre le levantó la
barbilla, obligándola a verlo, cosa que no servía de mucho puesto que estaban a
obscuras, pero aún así ella percibía su respiración y podía visualizar la
silueta de su rostro.
-
¿Estás bien? –Preguntó él, su voz estaba algo
ronca. Cary negó con la cabeza, y su nariz rozó un poco la de él—
-
Ojala no tuviéramos que llegar a esto—Gruño,
pero en sí solo le salió un suave sollozo-- ¿No crees que podríamos
convencerlo? –Preguntó, anhelante de una segunda opción. Ahora fue Misael quien
negó con la cabeza—
-
Sabes tan bien como yo que las cosas no serán
así…Y nuestra misión aquí ha terminado. Allá podremos estar juntos, descansar.
-
¿Por qué siento que no será así? –Oculto su
rostro en el pecho de Misael y lo abrazo con fuerza—Algo dentro de mi me dice
que no podremos descansar nunca. ¿Tú no lo sientes?
Misael respiró hondo, dejó la espada a un lado y
cuidadosamente se separo del abrazo.
Volvió a recoger la espada, agarro a Cary de la mano y la guió hasta el
centro de la habitación, un diminuto hueco en el techo dejaba entrar un rayito
de luz que uso para poder verle el rostro a la chica. Sus ojos estaban
llorosos, y el miedo relucía en ellos.
-
Bueno, aquí no podremos estar juntos—Murmuro él,
y apretó con fuerza el mango de la espada. Pensar en la injusta manera en que
los mantenían alejados le daba fuerza—Y no sabremos qué pasará allá hasta que…--No
pudo completar la frase, y a Cary se le escapó un sollozo de entre los labios.
Misael la atrajo a sus brazos, ella empezó a negar con la cabeza mientras las
lagrimas bajaban por sus mejillas—
-
Esto es horrible—Se lamentó ella. Misael asintió
una vez con la cabeza—Hallaremos la forma, ¿Verdad? ¿Estarás junto a mí
siempre, verdad?
-
Cada segundo de cada día—Prometió él—Estaremos
juntos, pasé lo que pasé, enfrentaremos todo juntos.
-
No nos queda mucho tiempo, mi padre ya debe
haberse dado cuenta de que no estoy allá. Llegara en cualquier momento. —Cary levantó
la mirada hacía Misael, y encontró en sus ojos exactamente el mismo temor y
dolor que ella sentía en los suyos propios—Hazlo.
Misael lanzó una rápida mirada a la espada que cargaba en
sus manos, no se creía capaza de usarla para lastimarla, pero tenía que
hacerlo. La levantó un poco, y el filo quedo apuntando hacia arriba. Regreso su
mirada a los ojos llorosos De Cary, y su corazón dio un vuelco, como le
gustaría poder evitarle pasar por ese sufrimiento. Con su brazo libre la apretó
más contra él, y le dio un rápido beso en los labios.
-
Te amo, Cary—Susurro a centímetros de su boca—
Ella le respondió que también lo amaba, y volvió a ocultar
su rostro en el pecho de él. No quería ver lo que pasaría, con tener que
sentirlo sería suficiente. Misael levantó por completo la espada, le pidió
mentalmente a los Santos que los acompañaran, y coloco la punta de la hojilla
contra la piel de la espalda baja de Cary. Ella empezó a temblar, aterrada,
pero no se movió ni abrió los ojos, solo siguió aferrándose a Misael. Tenía que
ser un golpe rápido, algo rápido.
Reunió fuerzas, y apretando los dientes, empujo toda la
hojilla a través del estomago de Cary y el suyo propio. La espada atravesó
ambos cuerpos en menos de un segundo, y los dos sintieron el peor dolor que
habían sentido en sus vidas. Cary agarro en puños la tela de la camisa de
Misael, él soltó el mango de la espada sin sacarla, y envolvió con ambos brazos
a Cary, apretándola contra sí. Empezó a temblar, y apretó la mandíbula, quería
ser fuerte por ella, que estaba sufriendo exactamente lo mismo.
Podían sentir la sangre humedeciendo sus ropas, rozando su
piel durante su descenso hasta el suelo, inundando la pequeña cabaña con su
olor. Pocos segundos después ambos cayeron desplomados en el suelo, sin
soltarse.
-
Cary, estaremos bien. —Susurro Misael, pero
entonces la sangre le lleno la boca y no pudo seguir hablando. Cary estaba
sintiendo exactamente lo mismo; La sangre subiendo hasta su boca, ahogándola—
El dolor era intenso, como un aguijonazo constante en el estomago.
Mientras la sangre corría fuera de su cuerpo, reunió valor y abrió los ojos.
Veía las cosas borrosas, pero pudo distinguir la silueta del rostro de su
amado. Levantó una de sus manos, temblorosas, hacía su mejilla, y gesticulo un
quedo “lo sé”. No sabía si él seguía con los ojos abiertos, pero ya no lo
sentía moverse. Trató de captar alguna respiración de parte de Misael, pero no
hallo nada. Entonces su cuerpo empezó a convulsionarse desesperadamente, Cary
asustada cerró los ojos.
Y no pudo volver a abrirlos nunca más.